Como padres, en muchas ocasiones se tienden a comparar a los hijos con otros niños que estén a su alrededor (primos, sobrinos, amigos de la escuela o del parque…). “El mío caminó mucho antes”, “pues Juan dijo su primera palabra antes de cumplir el año”, “ni un escape tuvo cuando comenzó a controlar esfínteres”. Sin olvidar que en muchas ocasiones les comparamos con nosotros mismos cuando teníamos su edad; “yo a su edad ya sabía leer”, “yo comencé a comer solo mucho antes”. Eso como padres puede resultar frustrante pues siempre esperamos que nuestros hijos cumplan una serie de expectativas y llegue a un nivel.

     Pero pensando así dejamos de lado algo muy importante y que determinará la clase de persona en la que se convertirán los niños. Las comparaciones nunca fueron buenas y se nos olvida que cada niño lleva su propio ritmo y que no todos destacamos en las mismas cosas de las mismas maneras. Algunas personas son buenas en matemáticas mientras que son un desastre en lenguaje. Otras, por el contrario, tienen un don para las artes plásticas pero serán incapaces de ser buenos en algún deporte. ¿Hasta qué punto esto es malo?

     Como padres tenemos que dejar atrás el egoísmo de querer formar a una futura persona a nuestra imagen y semejanza, pues en muchas ocasiones volcamos en los hijos aquellos sueños que nosotros no pudimos cumplir y entorpecemos su aprendizaje. Tenemos la obligación de ver y comprender las capacidades y sueños de nuestros peques y animarles a conseguir lo que quieren. El mundo les está ofreciendo muchísimas oportunidades. Hoy en día los niños reciben muchísima cantidad de estímulos desde muy pequeños. Y a medida que van creciendo esos estímulos van a más, desde el colegio hasta las clases extraescolares. Encontrar el sitio que les corresponde será complicado y como padres, el deber es ayudarles a conseguirlo y animarles a ello. Se encontrarán con muchas puertas que les llevarán a un sinfín de oportunidades. En algunas de ellas no destacarán pero en otras serán los mejores. Y lo más importante es que aunque no sean los mejores, a ellos les gustará.

Es ahí en dónde tenemos que ayudarles, darles ánimo para que continúen, hacerles sentir importantes y que estamos para apoyarles. Da igual que sea un genio en matemáticas, física o que sea un gran artista pintando o tocando un instrumento; ahí estaréis vosotros para apoyarle.

     Por supuesto, esto no significa que porque destaque en un área dejemos las otras de lado y no busque su propia superación. Lo que ellos han de ver es nuestro apoyo, confianza y que estamos con ellos para lo que haga falta. Así una vez que disfruten con lo que verdaderamente saben hacer y se les da bien, teniendo nuestro apoyo será más fácil afrontar lo que le es más complicado. Y por supuesto, se sentirán bien consigo mismos porque están obteniendo una respuesta positiva de los adultos que le rodean y eso hará que ganen en confianza.

Así que no olvidéis que cada peque lleva su propio ritmo, no todos somos iguales, no es bueno que nos comparen con otros porque nuestra autoestima desciende, es bueno que alaben nuestros logros y que nos ayuden a superar nuestros baches. De esta forma nuestros peques se transformarán en adultos con confianza que respetan y ayudan el individualismo de cada persona y son capaces de dar lo mejor de sí mismos. ¿No os gustaría que fuera así? Está en vuestras manos y seguro que podéis hacerlo.